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LA INSEGURIDAD CIUDADANA SE MANTIENE

Dijo un observador “en Costa Rica los ciudadanos honestos viven detrás de las rejas, mientras que los criminales andan libres en la calle.”  Un 15 por ciento de los habitantes reportan que en su hogar vive por lo menos una persona que ha sido víctima de un robo o un asalto en los últimos cuatro meses.   En 1.7 millones de hogares ese 15 por ciento corresponde a 255 mil victimas desde mayo. Esto no incluye a los que han sufrido por un hurto o un fraude.  Tampoco los homicidios están incorporados en esos números.

La inseguridad es vista como el problema principal del país en la encuesta de septiembre de la CID/Gallup, por encima de los desafíos económicos (alto costo de la vida y desempleo).  Lo que está impulsando esta opinión es la cantidad de homicidios que se registran debidamente reportados en los medios de comunicación.  

La situación no es sostenible y la decisión de Mario Zamora de prohibir la entrada de hondureños sin visa al país como medida anticrimen raya en lo ridículo, un tercermundismo típico de un oficial limitado de conocimientos.

No pretendo ofrecer solución al problema, sería pretencioso de mi parte, y abundan ideas de como controlar el espiral violento que azota a la población.  Lo que sí puedo hacer es ofrecer ideas de como fue que se llegó a esta situación.

Nuestra sociedad, como todas las democracias, otorga a las familias la responsabilidad de los menores que nacen entre las mismas.  Desde el siglo pasado se ha ido registrando en los estudios un crecimiento en la desintegración familiar.  Ya hay más de 400 mil hogares (casi una cuarta parte de todos) donde solo hay un adulto – con más frecuencia es la mujer y es típico de los barrios pobres.  Para mantener esos hogares es posible que la mujer tenga más de un empleo y que esté fuera más de 12 a 14 horas diarias.  Los menores de edad pueden contar con ella para sus necesidades básicas (comida) solo parcialmente.

Los menores que provienen de esas situaciones andan sueltos y las pandillas se convierten en su familia.  Las pandillas sí tienen dinero para pagar por una “lámpara” que vigile la calle o para un “mandadero.”   Pueden los chiquitos más energéticos comenzar a ganar dinero a los nueve años.  

¿Cómo restaurar orden en esta situación de desintegración?  ¿Cómo lograr que siguen estudiando? ¿Cómo lograr que no comienzan a recibir dinero de las pandillas ?  Y quizás más importante -- ¿Cómo lograr que las mujeres madres practiquen planificación familiar para no producir chiquitos que no pueden mantener? 

Se pueden suprimir a las pandillas, pero si no se resuelve el problema más básico será un esfuerzo costoso y violenta apenas un paliativo.   Las instituciones del estado responsable por estas familias están colapsadas, manejadas por burócratas a que no les gusta “salir a la calle.”  Están bien pagados, el servicio civil no permite su destitución, y solo son energéticos cuando marchan para pedir más salario.

En general es un reto muy complicado.

cdenton@cidgallup.com