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EL COSTO DE LA DESERCIÓN

Hay aproximadamente 4 millones de costarricenses que tienen 18 años o más de edad y la noticia divulgada la semana pasada que por lo menos la mitad ostenta un nivel de 9 años o menos de educación formal explica mucho de lo que es la sociedad actual. No extraña que 34 por ciento en la última encuesta de CID/Gallup reporta que en el último mes ha habido circunstancias donde no ha tenido dinero para comprar comida para la familia.

No sorprende que la tasa de desempleo está en 11 por ciento y que difícilmente baja no importa el crecimiento de la economía.  No asombra el crecimiento de crímenes violentos (la mitad de los privados de libertad en La Reforma tienen quinto grado de escuela o menos). 

Los menos educados se enferman más, tienen una esperanza de vida menor a la población en general, y viven mal. 

El país es menos competitivo con este tipo de indicador, aparentemente el peor de la OCDE.  La inversión extranjera tan deseada por todos llega en búsqueda de mano de obra calificada, personal que sepa idiomas y como operar computadoras.  A Costa Rica no le llega la inversión de maquilas textilerías que pagan poquito y emplean hasta analfabetas. 

La gran mayoría de los empleos de bajo nivel – recoger café, la zafra, limpieza de inodoros y pisos, peón de construcción – no lo quieren los nacionales y el país importa mano de obra extranjera para manejar esas tareas. 

La pregunta es ¿por qué hay tantos que no han aprovechado a las oportunidades educativas que ofrece el país?  Mucho es costumbrismo.  En los niveles socioeconómicos D o E (los más bajos) se espera que al llegar a los 16 años (o quizás menos) la joven aporta financieramente al hogar. “No hay plata” (frase hecha famoso por Carlos Alvarado cuando fue presidente) es la verdad en estos hogares.  Si la menor de edad puede generar ingresos lavando platos en un restaurante, limpiando casas, atendiendo en una tienda, la tentación de dejar los estudios y trabajar en muy grande. 

El joven que no tiene plata a los 16 años porque sigue estudiando tiempo completo, ve a sus amigos del barrio, todos con dinero por el trabajo que tienen. ¡Le da envidia! Quizás los padres insisten que estudie, pero son pocos relativamente que siguen asistiendo a clases.   Es en esta etapa cuando más de uno sucumba a la tentación de participar en el mercado de drogas ilícitas – no extraña ver después tantas víctimas tan jóvenes de los sicarios por “falta de pago” o alguna otra transgresión. Y ni hablar de la adicción.

Y el sistema educativo ¿qué responsabilidad tiene con respecto a la deserción?  La verdad es que un mal docente—agresivo, despectivo, aburrido – puede provocar a un educando, ya sometido a otras presiones culturales y económicos, a dejar sus estudios. Algún día de estrés pensará –“qué pereza”—y decide no asistir a clases.  No hay que olvidar la huelga de 2018 y los dos años de pandemia donde no hubo clases.

Carlos Denton | cdenton@cidgallup.com