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APOYO A LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS

Las más prestigiosas universidades del mundo logran su fama por sus productos – jóvenes educados, exitosos y comprometidos con el futuro no solo de su país si no del planeta mismo. Los graduados universitarios forman una élite que generalmente viven mejor que otros; ganan mejor, se dedican a profesiones interesantes y son los privilegiados de cualquier sociedad.   Los líderes costarricenses no son la excepción, y no importa su disciplina académica la mayoría fue formada en las universidades públicas; ganan más que los que no cursaron estudios superiores.

Si se visita a una de las grandes universidades del mundo llama la atención que tienen bibliotecas, dormitorios, edificios de aulas, piscinas, y estadios donados por exalumnos.  Hay becas, subsidios para poder contratar a un catedrático de categoría mundial, y financiamiento para años sabáticos todos pagados con fondos suministrados por graduados. 

Lo que llama la atención de la marcha de la semana pasada de universitarios pidiendo apoyo financiero adicional del gobierno, es que no hubo un solo exalumno en la calle “en la lucha” excepto si eran docentes de una de las casas de estudios.  Es más, casi no hay becas o instalaciones donadas por exalumnos.  Escogidos los estudiantes en un país de recursos limitados para poder vivir mejor que los demás de los ciudadanos y para recibir casi gratuitamente una formación de las mejores en el mundo, no hay sensación de agradecimiento.  Puede tener un exalumno millones y puede ser que done algún dinero, pero nada para la universidad donde se educó e hizo posible que tuviera esa buena fortuna.

La actitud parece ser “que el gobierno y todos los contribuyentes paguen la cuenta” y si los de pocos ingresos con sus impuestos tienen que ayudar a los más afortunados (lo opuesto a las teorías sociales que esbozan muchos de los docentes y alumnos) eso no importa.

No se puede negar que las universidades públicas son vitales para el progreso del país, pero que quede claro que representan una transferencia de riqueza de los pobres a los ricos (aunque en el futuro).  Hay que concluir que los marxistas en la marcha no reconocen ese hecho por ser cínicos, o por ignorancia.

Hay miles de egresados de estas universidades trabajando exitosamente; no sería razonable pedir que cada uno donara $1 mil anuales a la casa de estudios que hizo posible todas sus hazañas en la profesión escogida.  

Se debe notar que hay países donde si emigra un egresado de universidades públicas en los primeros cinco años después de su graduación el gobierno les manda una factura por los costos de su educación a precios reales de mercado—no subsidiadas.  Probablemente muchos no los pagan, pero entonces no pueden regresar a su país de origen sin terminar con impedimento de salida. 

No cuestiono el 8 por ciento del PIB para la educación, pero si la fuente del dinero.  Los educandos están recibiendo un regalo del resto de los habitantes; ¿no deberían los exalumnos mostrar solidaridad con los que no fueron premiados y la sociedad en general?

Carlos Denton | cdenton@cidgallup.com